domingo, 12 de enero de 2014

Relato: Harry Potter

  La chica entró en la biblioteca rezando para que no se pusiera a llover. El cielo estaba horriblemente negro y amenazaba con tormenta. Saludó a la bibliotecaria, que parecía no tener ningún día libre, y subió al piso de arriba. Aunque habían intentado camuflar el olor de libro echando ambientador con olor a rosas blancas, les había resultado imposible. Jennifer fue directamente a la estantería del fondo y encontró el libro que buscaba. Harry Potter y el misterio del príncipe.
  Lo había tenido en sus manos hacía muchos años. Su abuelo le había comprado la entrega completa de Harry Potter. 
  Gracias a esos libros había descubierto que la lectura era divertida, que era entretenida, un mundo nuevo a descubrir en cada tomo. Pero una noche su madre había bebido más de la cuenta y se enfadó mucho porqué su hija pequeña prefería leer a salir de fiesta con sus amigas. No importaba que Jennifer sólo tuviera catorce años. Lanzó los libros al fuego. 
  Jennifer los leía de nuevo, a escondidas, por las noches. Los cogía prestados de la biblioteca por lo menos una vez al año. Era increíble que nunca estuvieran reservados, como si los chiquillos de hoy en día prefiriesen ver las películas a leer tales obras de arte.
  Retomó el camino hacia la puerta, abrazando el libro contra su pecho como si fuera un tesoro y mirando constantemente por las ventanas sin cortinas que había a su derecha. Si se ponía a llover, estaría perdida. Su madre no vendría a buscarla en coche, prefiriendo ver su telenovela a echarle una mano a su hija; su hermano la ignoraría como de costumbre y su padre vivía a cien quilo metros de ahí, cosa que hacía inviable recurrir a él. 
  Iba tan ensimismada en sus pensamientos que se chocó con un chico. Con el impacto, el tomo de Harry Potter cayó al suelo. Ella levantó la cabeza y apenas pudo pedir disculpas. Se ahogó en sus ojos grises.  No se dio cuenta que el chico se agachaba para recoger el libro. 
  —Harry Potter, ¿eh? —preguntó. Y Jennifer se topó con la sonrisa más bonita del mundo—. A mí también me gusta. Venía precisamente por este libro. Creo que alguien se me ha adelantado...
  Aunque su tono era totalmente bromista y amable, Jennifer se sonrojó y agachó la cabeza. Intentó que en sus labios no se dibujase una suave sonrisa, pero era imposible. La jovialidad de aquel chico era contagiosa.
  Un relámpago llamó su atención y notó que el mundo se abría bajo sus pies. 
  —Puedes quedártelo, —susurró antes de echar a correr hasta las puertas y volar por las escaleras. 
  Pero cuando llegó a la puerta doble de cristal de la entrada, se pasó una mano por la cara para reprimir las ganas de gritar y de llorar. Estaba lloviendo... y no eran precisamente cuatro gotas. Miró el reloj de pulsera. Había perdido el autobús y el siguiente no pasaría hasta dentro de veinte minutos. Resignada, enfadada con la lluvia y consigo misma por no tener el libro en sus manos, echó a andar. Cuando llegase a casa, su madre le gritaría porqué había llegado empapada. Y la castigaría sin cenar.
  Cuando apenas había dado tres pasos, un paraguas negro se puso sobre su cabeza. Se detuvo para mirar hacía un lado y se topó con el chico de antes. 
  —Tú has dejado que yo coja el libro de Harry Potter. Yo te acompaño hasta casa para que no te mojes. Y no aceptaré una negativa, ¿vale? —preguntó con una media sonrisa.